
Este nativo de Minneapolis, aunque residente en Brooklyn, ha editado recientemente su segundo álbum Blackmagic. Ayudado por Moodymann, Flying Lotus y Benga para dar una identidad al proyecto ha confirmado las expectativas creadas en torno a él, tanto desde la óptica del mercado del jazz como del neosoul después de que la crítica aclamara su disco de debut The Dreamer. Se apuesta de nuevo por un sonido experimental minimalista aunque claramente más espiritual, variado, tranquilo, evocador y relajado que su anterior trabajo. El tema del amor, la sensualidad, la nostalgia y el romanticismo nunca se alejan demasiado de la temática de sus letras. Alguien ha dicho que con este disco ha inspirado un nuevo género de música que podríamos denominar vocal-nu-jazz/neo-soul. Lo que sí que es cierto es que es una propuesta diferente a todo lo que hayas escuchado últimamente. Aunque no me seduce en su integridad (demasiado spoken word para mi gusto) sí que tiene momentos muy brillantes -yo diría que geniales- y sobre todo posee el valor de lo original.
Vuelve a demostrar su gran talento para fundir su tono barítono vocal, su timbre suave como la seda, sensual, seductor, fresco y sexy con esos atractivos juegos en el ritmo y la improvisación que se le supone a una música de esta naturaleza. En cualquier caso, tampoco ha asumido riesgos excesivos, ha sabido encontrar un original sonido que en perfecto equilibrio puede llegar a atraer tanto a los aficionados al jazz (aunque algunos esperasen un disco vocal más al uso, al estilo del último track) como a los que no lo son tanto (bueno, quizás estos últimos necesiten un par de escuchas). Así pues, abre tu mente ante nuevas experiencias, te está pidiendo a gritos una oportunidad.